no quiero que oscurezca otra vez en esa camaque se prenda el farol mientras cuelgo nuestra ropa húmeda
y me llames a conversar.
Sentarme como indiecita boba con bata celeste,
dispuesta a escuchar lo que sea
menos esas palabras que eliges,
frases y conclusiones de un par de semanas en las cuales yo no aparezco
y de pronto, viéndote cómo sujetas tu cabeza, mirando hacia abajo
me pregunte por qué soy convocada a mi propio exilio.
Por eso salgo,
espero las veinte treinta horas en que esto ocurre todos los días jueves desde ese jueves en nuestra habitación y me arranco mejor, antes de llorar.